Estaba rasurándose la barba, era
una barba larga y ya pintaba canas, estaba sentado en un banco enclenque, que
se tambaleaba cada vez que se acercaba al espejo a ver el poro que le
sangraba y la sangre que corría
lentamente por su rostro.
Cuando por fin terminó, abrió la
llave de la tina para que el agua se calentara y salió del cálido baño a su
recámara, Leonid, vivía en el galerón de un edificio de Moscú, su apartamento
era muy frío y en el invierno, este casi no tenía luz. Leonid estaba
semidesnudo, solo tenía uno calzoncillos que a penas lo tapaban del frío. Sacó
un traje color azul, camisa blanca y la corbata que usaba cada martes, un roja
con líneas azul marino. Regresa caminando lentamente al baño y cuando se mira
de reojo en el espejo, casi no se reconoció. Leonid sabía que estaba mal y que
tenía que salir de ese encierro que lo tenía desmotivado, triste, impotente y
ojeroso.
Se metió a la tina, con el agua
casi hirviendo, pero estaba consiente que ese baño lo necesitaba después de
tanto tiempo de no tocar el agua. Se quedó con el cuerpo sumergido por varios
minutos pensando – Qué será de mi vida ahora, perdí a mi hija y perdí también a
mi mujer – . Cuando se cansó de contemplar cómo sus pies se hacían viejos y
como sus manos se arrugaban con el efecto de agua, salió de un brinco,
dispuesto a conquistar el mundo de nuevo.
Más entusiasmado, se vistió, tomó
su abrigo y descartando el elevador, bajó por las escaleras. – Buenos días
oficial – le dijo al policía del edificio y el hombre se quedó atónito de verlo
salir.
Todavía iba temprano a su oficina
por lo que decidió caminar, para poder seguir pensando en la forma en la que su
vida iba a cambiar. Cuando llegó a la oficina, donde todos estaban callados,
unos cuantos esperando sentados en unos sillones y la secretaria sentándose en
su lugar después de haber ido por un café. Leonid miró el panorama pensando –
que raro se encuentra todo, qué cambiado está, ni siquiera están las mismas
personas dentro de este lugar –. Siguió caminando y se dirigió a su lugar,
cuando llegó, ya había alguien ocupando su asiento, - ¿Quién eres tu? – El
joven seguía en sus cosas sin ni siquiera hacerle caso, -Disculpa, este es mi
lugar – comentó, pero el joven no lo volteaba a ver. Empezó a buscar a sus
compañero de trabajo, muchos ya no se encontraban ahí y otros no lo reconocían,
lo miraban como si fuera un loco. Leonid corría por toda la oficina, buscado
alguien que lo reconociera, pero todos lo ignoraban, era como si no existiera.
Salió de la oficina molesto, no
dijo adiós a nadie. Tomó el metro, y encontró a un señor que estaba por prender
un cigarrillo – ¿Me das fuego? – el hombre lo volteo a ver fijo a los ojos, se
dio la vuelta y siguió su camino.
Cuando iba a entrar al edificio de
su departamento, encontró a su mujer, sentada en el piso temblando de frió
rodeada de una nube de humo de cigarro. La tomó de los brazos, la levantó y le
dijo: - ¿Qué haces aquí? – ella contestó – Nada esperándote, necesito hablar
contigo, me siento muy sola - . Instantáneamente, subieron al departamento,
estaba muy oscuro. Él se sirvió un vodka y a ella un té del que salía mucho
vapor.
Se sentaron en la sala y ella
comenzó a llorar, estaba nerviosa y agobiada.
-Necesitaba verte, para saber cómo
estabas, pensé que seguías en tu encierro, pero estaba preocupada porque ya han
pasado nueve meses desde que Gena murió - . –No tengo nada que decirte, hoy
salí de aquí muy motivado y de pronto parece que nadie me reconoce y me
reconforta mucho que hayas venido a buscarme- dijo Leonid.
-No vine a buscarte para hacerte
sentir mejor, vine porque me voy a casar con un hombre que recién conocí en mi
viaje a Grecia, estoy dispuesta a hacer una vida con él. Ha comprendido muy
bien lo que pasó y ha sido un consuelo para mi – Leonid se estaba desmoronando
por dentro, cambió su cara totalmente, mientras ella sacaba de su chamarra los
papeles del divorcio.
-No me dejes, no puedes concluir
así las cosas, a penas esta mañana me decidí a salir de esto, a buscarte, a
reanudar mi vida contigo. Por favor, piensa las cosas, piensa en lo que hemos
vivido juntos y en todo lo que hemos pasado, lo podemos superar, lo podemos
trabajar -. Dijo Leonid rompiendo en llanto.
Valya le da un beso en la mejilla,
le deja los papeles en la mesa y sale del departamento.
Empieza a sonar el despertador y
tirado en la cama, se da cuenta que todo es un sueño. Pero se queda pensando en
que si ese día empezara de nuevo su vida, seguramente sería cómo en su sueño.
Se mira al espejo, con el mismo
rostro de siempre; se acerca y decide tomar acción. Toma un rastrillo, se
rasura la barba, saca su ropa y se mete a la tina casi hirviendo, tal como pasó
en su sueño. En la tina Leonid meditando – Que podría pasar si salgo a la calle
el día de hoy y si el sueño se cumple, que será de mi su Valya me deja por otro
hombre, cuando no hice nada por luchar por su amor y por vivir juntos el duelo
de la muerte de nuestra hija - . Leonid mira el calendario y se da cuenta que
era 11 de noviembre, el día del cumpleaños de Gena su hija y el mismo día de la
muerte de ella.
Sale de la tina y empieza a
alistar todo. Toma una cuerda, la lanza a una de las vigas, él ya estaba
vestido, rasurado y muy formal, esperando el gran evento. Toma el banco
enclenque del baño y lo pone a la mitad de su sala. Se sube, se coloca la
cuerda alrededor del cuello y espera a que el reloj marque las once de la
mañana. Justo cuando el segundero para y cambia a las once, el patea el banco y
se ahorca.
Cuando los peritos entraron al
departamento, se encuentran con el cuerpo casi podrido, pues llevaba varios
días ahí colgado. Encuentran una carta a Valya encima de la mesa donde en su
sueño ella dejó los papeles del divorcio e inmediatamente la llamaron.
El cuerpo estaba entrando a la
ambulancia cuando ella llegó, y le entregaron la carta.
-Valya:
Siento mucho haber huído de esta manera, no podía más con el dolor de
haber perdido a nuestra hija y con la culpa de que haya sido por mi culpa, pero
menos con el dolor de perder al único amor de mi vida. Moscú es un lugar
hermoso para ti y seguramente conocerás quien te haga feliz y quien te haga
olvidar la desgracia que fue conocerme. Te pido me perdones y nunca olvides lo
mucho que te amé.
Por siempre y
para siempre Leonid.